Amy nació el 16 de diciembre de 1867 en Irlanda. Desde pequeña creció en
un hogar cristiano, rodeada de amor y de principios bíblicos. Entregó su vida
al Señor en su adolescencia, más tarde viajó al Japón como misionera, pero
debido al clima cambió de ubicación y se trasladó a la India en 1895. Estudió
tamil, el idioma de la región, y organizó un grupo de mujeres cristianas que
predicaban el Evangelio en distintas aldeas y a las cuales se les denominaba
«el ramillete centelleante». Más tarde fundó la Confraternidad Dohnavur del Sur
de India, misión que se dedicó a rescatar niños de templos hindúes. Murió el 18
de enero de 1951, pero sus palabras quedaron plasmadas en biografías,
poemarios, himnarios y libros que escribió.
Y es que esas palabras aún resuenan y tocan las fibras sensibles de mujeres
que, como ella, buscamos servir a Dios de todo corazón; líderes, esposas,
madres, ancianas, solteras y jóvenes que escuchamos la voz del calvario. He
aquí unos cuantos senderos que Amy caminó en su peregrinaje, los cuales nos
dejan una lección inspiradora:
1. El sendero de la soledad:
Amy no se casó. Cuando sintió el interés especial de un compañero, se dirigió a
una cueva en la montaña de Arima en Japón para estar a solas con Dios. Ella
relata que el diablo le susurraba: «Por ahora está bien, ¿pero qué sucederá
después? Te sentirás abandonada». Veía imágenes de soledad y las siguió
vislumbrando en sus últimos años, pero al acudir al Señor en su desesperación,
entendió que quien confía en Él nunca estará desolado.
La soledad continuó en India y a lo largo de su vida, tal y como muchas
vivimos, ya sea como mujeres solteras o casadas, con hijos o sin ellos. Sin
embargo, Amy halló maneras prácticas de lidiar con el problema, como encerrarse
en su habitación con cartas de casa para leerlas en voz alta a su Padre
Celestial pues compartir sus vivencias con su Señor expulsaba todo sentido de
aislamiento. «Convierte al Señor en tu único amor y amigo» recomendaba a sus
hijos adoptivos en Dohnavur, «pues la amistad con Cristo no deja lugar para la
tristeza». ¿Nos hemos entregado a Él? Como ella misma escribió:
Si me reservo algo en mi entrega a
aquel que tuvo tanto amor,
que dio a quien más amaba por mí,
entonces no conozco nada del amor del calvario.
2. El sendero de la incomprensión:
¿Una mujer al frente?, ¿por qué hace esto o aquello? Hemos oído esas frases con
anterioridad, las hemos padecido en carne propia, y Amy también cruzó el camino
lúgubre de la incomprensión. Cuando inició la obra de rescatar a niños de los
templos porque padecían por causa del abandono y la prostitución, pocos
misioneros simpatizaron con su labor. Su sensibilidad espiritual la ayudó a ver
las cosas en su realidad más pura, y por eso en 1903 publicó un volumen llamado
Las cosas como son. Este causó un tremendo revuelo en India e Inglaterra, al
punto de que el comité misionero decidió pedirle que volviera a su tierra.
Muchas cartas apuñalaron su corazón con comentarios poco acertados o con el
cariño de los suyos, quienes no comprendían sus esfuerzos. Pero después de que
los primeros niños llegaron a casa de Amy en busca de refugio, un anciano
visitó Dohnavur. Algo tocó su corazón al recibir a uno de esos pequeñitos en
sus piernas y le dijo a Amy: «Yo soy el
encargado de regresarte a Inglaterra de parte del comité por causa de tu libro.
Ahora me arrepiento. ¡Perdóname!» En 1905, la actitud de sus compañeros
cambió drásticamente, aunque a lo largo de su vida más ceños se fruncieron
debido a sus métodos y decisiones.
Sus libros recibieron críticas y rechazos. Los editores preferían historias de
éxito y avance, no con la visión realista que Amy poseía, y aunque el público
exigía finales felices, ella se negó a complacerlos. La verdad fue su tema;
creía que el toque artístico podía matar la credibilidad de la palabra escrita.
Obviamente su honestidad le procuró recelo, y tal vez muchas de nosotras nos
encontramos en el mismo sendero, con dos polos atrayéndonos: la verdad contra
la fama, el Señor contra nuestros deseos, lo recto contra los sentimientos de
las personas. Ante esto, haríamos bien en recordar que:
Si me siento lesionada cuando me
acusan de cosas de las que no
tengo la menor idea,
olvidando que mi Salvador, sin pecado,
caminó por esta senda hasta el final,
entonces no conozco nada del amor del calvario.
3. El sendero de la enfermedad:
Cáncer, hepatitis, varicela, un embarazo de alto riesgo o los achaques de la
vejez. ¿Quién disfruta del confinamiento en una cama o habitación? ¿Qué
ministerio se puede ejercer desde una silla de ruedas? Después de muchos años
de intensa actividad y servicio, Amy sufrió un accidente y quedó inválida
durante veinte años; neuritis aguda inhabilitó uno de sus brazos, padeció de
artritis y dolores en la espina dorsal, infecciones crónicas y un agotamiento
acumulado por sus treinta y seis años en India. Para ese tiempo, rara vez
abandonaba su cuarto. ¿Qué podía hacer ahora desde su cama?
«Lo más difícil» escribió, «es reajustarme, ver a los demás en la batalla del
servicio y hallarme protegida de las cosas más pesadas.» La aceptación de su
estado nunca vino con facilidad, pero le pidió al Señor que la sombra de su
dolor nunca cubriera a quienes la visitaban. Y Él contestó. Desde su aposento
surgieron trece libros, innumerables versos acompañados de música y bendiciones
que se extendieron gracias a la oración y las charlas con sus amigos, hijos
adoptivos y hermanos en la fe.
La enfermedad tampoco destruyó su servicio, solo fue un camino más para andar
al lado de su Salvador. Haríamos bien en imitarla. ¿Nos retorcemos por una
simple gripe? ¿Lamentamos los días de reposo inducidos por una debilidad física
o un colapso nervioso?
Si la carga que mi Señor me pide que
lleve no es de mi predilección,
y me agito internamente
y no acepto con agrado su voluntad,
entonces no conozco nada del amor del calvario.
4. El sendero de la oración:
Conocemos la importancia de la oración, aunque llevar a cabo una vida constante
de intercesión cuesta trabajo. A veces no tenemos tiempo para orar con otros,
ni siquiera para orar en privado, otras nos desanimamos por falta de respuestas
o negativas a nuestras peticiones.
En sus últimos años, Amy colocó la oración sobre muchas cosas, e insistía
acerca de esta en las reuniones con sus colaboradores. La bendición de la
oración en conjunto la comparó con dos estacas que encendidas brillan, pero
¿cuánto no aumentará su luz y el calor si se reúnen cincuenta? Práctica, como
siempre, anotó tres ideas que ahorran tiempo y energía en la oración en
conjunto. En resumen, nos exhorta a «no explicar» lo que el Señor ya conoce, a
«no presionar» como si Él fuera un Dios indiferente o indispuesto, y a «no
sugerir» pues el Señor sabe qué hacer.
¿Cuánto oramos en nuestros hogares, en nuestras iglesias o en nuestros grupos
de trabajo? ¿somos dos estacas ardiendo o veinte?, y ¿cómo reaccionamos a las
respuestas: «no» o «espera»?
Si me retracto de una oración
cuando obtengo una respuesta
que no esperaba,
aunque creía haberla hecho
de todo corazón;
entonces no conozco nada del amor del calvario.
5. El sendero del servicio:
Entrega, compromiso y amor; estas palabras definen el paso de Amy Carmichael
por el planeta. Pero ella no querría que sus logros se consideraran éxitos
personales, ni su labor un mérito a su persona. Por sobre todas las cosas, ella
era solo una sierva de su Señor, una mujer enamorada de su Salvador, y anotó en
su diario su definición de servicio:
Tengo tres plumas, una para escritura del diario, otra un poco más fina, y una
para trabajo de corrección. Preethie (quien la cuidaba) las mantiene limpias y
con tinta, y viven en un vaso de madera en forma de flor que me regaló Felipe
Annachie. Este recipiente siempre está cerca de mí. Las plumas siempre están
preparadas para ser usadas, son muy usables. No hay necesidad de que ninguna de
las tres me pida utilizarlas. Están limpias, a la mano, nunca ocupadas en sus
propias cosas, siempre disponibles para mí. Por eso son usadas ya que son muy
usables. Nuestras plumas deben ser limpias y llenas constantemente. Así que no
hay necesidad de ser inusables por no estar limpios o llenos.
¿Somos utilizables?,¿estamos limpias y llenas?
Si ambiciono algún lugar en la tierra
distinto al suelo polvoriento
en la base de la cruz,
entonces no conozco nada del amor del calvario.
La vida de Amy suena como un ideal inalcanzable, una fantasía que solo una
persona especial o sobre dotada podría lograr. Sin embargo, Amy no era menos o
más bendecida que las demás mujeres de su época. ¿Cuántas no nacieron entre
1850 y 1950? Entonces, ¿cuál fue la clave de su «utilidad»? Una entrega
incondicional, una vida limpia y llena, un amor completo a su Salvador y una diaria
búsqueda de Él en las Escrituras.
En el trayecto de nuestras vidas nos toparemos con senderos de soledad,
incomprensión, enfermedad, oración y servicio. Nadie puede ocupar nuestros
zapatos, pero ciertamente han quedado marcadas otras pisadas que en el curso de
la historia han caminado las mismas sendas. Algunas huellas se desviaron hacia
atajos, los cuales los condujeron a la mediocridad o al desconsuelo; otras,
como las de Amy, tropezaron pero se levantaron para continuar su peregrinaje. Y
aun más, distinguimos las firmes pisadas del Maestro que nos susurran: «No te
dejaré, ni te desampararé.» En lluvia, charcos de lodo, prados verdes, calor
veraniego o frío invernal, Él camina a nuestro lado y nos brinda su compañía en
la soledad, su comprensión a diferencia de los hombres, su consuelo en la
enfermedad, su respuesta a la oración y su poder para el servicio.